Cómo declararse en París
Foto en los Campos de Marte con la Torre Eiffel al fondo
El día después...

Cómo declararse en París

¡Oh! París. La ciudad del amor… Poco original dirán algunos, un topicazo dirán otros. Pero ¿tu pareja puede decir que se le declararon bajo la Torre Eiffel? La mía puede.

Sinceramente, a mí no me importaba el lugar, aunque una vez que estuve allí supe que era el lugar acertado. Hasta ese momento no había visitado París y quedé enamorado de la ciudad. París fue la primera ciudad en la que exclamé impresionado.

Mi mujer ya había viajado a la capital de Francia unos años antes, en un viaje familiar. Y alguna vez le había escuchado decir que le gustaría que cuando se lo pidiese fuese allí. Así que un día, pensando sobre dar el paso, decidí que sería allí, en mayo y con un anillo exclusivo.

El anillo exclusivo fue obra de un joyero jubilado, conocido de mi madre. Acudí a él después de visitar varias joyerás y ver miles de imágenes en Internet. Una vez formada una idea de lo que quería, se lo dibujé y él perfeccionó mi idea. Decidimos que sería un anillo de oro blanco, con tres piedras preciosas y muy fino, con forma curva.

Notre Dame desde el frente
La catedral motivo de mi asombro

Un anillo de visita en París

Mientras el anillo tomaba forma fui planificando el viaje. Primero los vuelos, con Vueling, directo desde Valencia; después el hotel, cerca de Port-Royal y con línea directa en metro con Notre-Dame; y por último la historia. Hablé con su familia para que todos supiesen que me la llevaba a París. Enseguida supieron mis intenciones.

Unos días antes del viaje, con el anillo ya en su caja de terciopelo, le dije que ese fin de semana iríamos a casa de unos amigos y, un día antes, le envié unas instrucciones en las que le informaba de que no íbamos con mis amigos y que preparase la maleta para viajar a algún lugar de Europa.

Llegamos al aeropuerto muy pronto. El vuelo salía a primera hora de la mañana y, por suerte, salían a la misma hora uno a Londres y otro a París. Por suerte porque así pude mantener la sorpresa unos minutos más, hasta que nos llamaron al embarque y ya se destapó el destino, pero no la intención. O eso creo.

En París pasamos dos noches, pero no fue hasta la última cuando saqué el anillo. Fueron tres días muy intensos que coincidieron con las elecciones presidenciales de Francia. Tratamos de recorrer todo lo que pudimos de la ciudad. Al salir del metro, en Notre Dame, exclamé de admiración, subimos a la Torre Eiffel, visitamos le Sacre Coeur, vimos el Sena, entramos en el Louvre…

Durante todo el viaje el anillo fue en el bolsillo interior de mi chaqueta, esperando su oportunidad en cuanto encontrase el momento adecuado, pero no llegaba. El domingo, un día antes de irnos, llovió durante una parte del día, aunque por la noche se marcharon las nubes y no bajó la temperatura.

Museo del Louvre
Uno de los edificios del Louvre

París es para declararse

Cenamos en un restaurante cercano al hotel. Estaba tan nervioso que le di una propina desproporcionada al camarero que nos atendió. Como quien no quiere la cosa dije que me apetecía ver la torre Eiffel por la noche, así que tomamos el metro y fuimos hacia allí.

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No sé si por la lluvia o porque era domingo, pero allí no había casi nadie. El Campo de Marte era todo para nosotros. Nos sentamos en el césped y estuvimos hablando hasta que por fín me armé de valor y le dije «¿te imaginas que te pido que te cases conmigo aquí?». Se rió y empezó a ponerse nerviosa. Dejé pasar unos segundos y al oído le dije «¿quieres casarte conmigo?». «¿De verdad?», me dijo. Saqué la caja con el anillo y se puso a llorar mientras reía nerviosa. Por un momento pensé que saldría corriendo, pero se calmó, se puso el anillo y dijo que sí.

Fue mucho más difícil de lo que pensé, porque aunque crees tener claro que su respuesta sería afirmativa, no puedes evitar pensar «¿y si dice que no?». Tras la declaración comenzó a iluminarse la Torre Eiffel. Parecía que estuviese preparado.

De camino de vuelta al hotel ella no hacía más que mirar el reflejo del anillo en los escaparates y en cualquier otro cristal o ventana en la que quedase reflejada su mano.

El próximo mayo hará cinco años del momento en el que aprendí a pedir la mano en París.

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